La lechuza y la lámpara de aceite
Historias de un monasterio
Hace años, jugando de niño en el ocaso de un día de verano, vi una lechuza en el pueblo de mi madre, en la Tierra de Campos. Si pasados unos 25 años aún lo recuerdo fue porque el susto fue mayúsculo, pero además del miedo su vuelo elegante me fascinó. No he vuelto a ver una.
Para quien no conozca esta zona fronteriza entre León y Castilla, en la Tierra de Campos se pierde la vista hasta el horizonte, dejando ver las montañas a lo lejos y algún que otro árbol donde transcurren regueros. Por eso algunas aves, como las lechuzas, eligen las construcciones humanas de ésta zona entre Palencia, Valladolid, León y Zamora, para instalarse también.
La lechuza en cuestión salía del campanario de la iglesia de adobe en el mismo instante en que yo había decidido entrar, nos cruzamos en el umbral. Le guardo cierto cariño desde entonces.
El pasado 2018 la Seo Bird Life otorgó el título de ave del año a la lechuza común (Tyto Alba) y su presencia fue notable en prensa y webs especializadas en naturaleza etc. Yo ya estaba sobre aviso, pero fue RTVE y su Bosque Habitado los que me recordaron en un podcast que a las lechuzas hace tiempo, se les consideraba aves de mal augurio, pues entre otros mitos injustos que se le atribuían, el de entrar a las iglesias a beber el aceite de las lámparas era uno. El podcast me recordó una canción del coro que a veces cantábamos en el colegio, donde San Cristobalón expulsaba de su iglesia a una lechuza ladrona, aunque la Virgen se aparecía indultando al ave (quizás en un guiño a que pese a la mala fama de la lechuza, esta rapaz y sus vuelos nocturnos evitaban plagas de roedores en los graneros siglo tras siglo).
Llegó la hora de ilustrar esto. Un pequeño San Cristobalón y su lápara, perjurando en hebreo a la lechuza que asoma por la ventana. Hacía tiempo que tenía ganas de ilustrar a monjes franciscanos a lo Umberto Eco, y haber ido redescubriendo la infinidad de monasterios en ruinas que tenemos en España me empujó al fin y junto a ella, la lechuza. Ese ave que una vez decidió dejarse ver en uno de sus vuelos y que guardo en lo profundo de mi infancia, Tyto Alba.